La siguiente pieza es una entrevista realizada en el año 2005 a un ex-consumidor de una de las drogas de diseño más extendidas entre los jóvenes en ambientes lúdicos: el éxtasis. Una sustancia ilegal que produce una sensación de euforia y felicidad culminante a los minutos de ser ingerida. Por otra parte, el perfil del consumidor de éxtasis suele asociarse con el patrón de policonsumo, tal y como sucede con el testimonio que se presenta a continuación. Además de éxtasis, consumía otro tipo de drogas, tanto legales (alcohol, tabaco) como ilegales (cocaína, speed, entre otras). El entrevistado explica su experiencia con las drogas, que recuerda emocionante, aunque siempre hay un después y a veces no resulta tan maravilloso.
A.M.L., de 26 años, inició su camino hacia las drogas de diseño cuando sólo tenía diecinueve años. La primera vez que consumió fue en una discoteca de Barcelona llamada “Ciutat la Nit”. En un principio, la cantidad que se podía llegar a gastar era alrededor de veinte euros en una noche. A medida que pasaba el tiempo, las dosis que llegaba a consumir se iban multiplicando y, por este motivo, cada vez hacía falta más dinero. “Las veces que más me he metido, podía llegar a fundirme cien euros en una noche”, me explicaba él. Cuando empezaron a vivir el mundo de las noches y el ambiente de las discotecas, sus amigos y él quisieron experimentar con las drogas de diseño. En un primer momento, las paranoias propias le hacían creer que todo el mundo le observaba en el momento en el que se tomaba alguna sustancia. Por eso, prefería ir al lavabo para que no lo viese nadie. Con el tiempo, ya no se molestaba en pasar inadvertido, ya que su obsesión en aquellos momentos era meterse algo. Por tanto, no le importaba que cualquiera lo viese, él se tomaba la droga en medio de la pista de baile.
Su primer paso hacia el camello lo dio cuando ya era un consumidor habitual de drogas de diseño. A algunos los conocía; otros, en cambio, se limitaban a venderle la sustancia y cobrársela. Se dirigía al camello y le pedía lo que fuera: “¿Tienes pastillas?” o “¿Qué tienes?”, en el caso de que le fuese indiferente el tipo de droga a consumir. Posteriormente, era el momento de meterse la sustancia. Las sensaciones llegaban a los pocos minutos: euforia, aceleración, desinhibición, felicidad y ganas de mucha fiesta son algunos de los síntomas que sentía. “Me gustaban los efectos que producían, cuando iba drogado me sentía totalmente feliz”, me comentaba. Las diferencias entre una noche con drogas y una noche sin drogas, en su caso, eran obvias. En el momento que tomaba cualquier droga de diseño, su estado mental modificaba sus relaciones interpersonales. Quería a todo el mundo y se sentía repleto de cariño que recibía de su entorno. Además, bailaba de forma más intensa porque “en esos momentos, cuando vas así, eres una persona más receptiva a todo, estás dispuesto a querer a todo el que se te acerque y valorarlo con exaltación”. No obstante, si por una remota casualidad el consumidor está preocupado por algún problema concreto, las drogas pueden ponerse en su contra y agravar aún más esta situación.
Medio gramo de cocaína, medio gramo de speed, dos puntas de ketamina, cinco pastillas, dos o tres “potes” de éxtasis líquido, hachís y alcohol completaban la noche del sábado y la mañana del domingo sin que se percatara del dinero que se había dejado en drogas. Al día siguiente, se encontraba fatal, sin ganas de comer y con dolor de cabeza. “Me sentía como una planta, porque estás sin reflejos, arrepentido de toda la mierda que te has metido durante toda la noche”. Sin embargo, una vez en el ambiente se veía incitado de nuevo a consumir, sin recordar “el maldito día siguiente”. Pero un sobresalto que sufrió uno de esos días de “fiesta al límite” lo asustó de tal modo que decidió dejar ese estilo de vida. “Aquel día me invitaron a todo, pero cuando me metí la ketamina, la cabeza me dio un zumbido y me quedé totalmente inconsciente”. A partir de entonces, A.M.L. no consume drogas y, ahora, afirma que se alegra de haber tomado esa decisión.